Madrid es que la gente se alegre de verme y me pregunte hasta cuándo me quedo (no cuándo me voy), y se alegre sinceramente cuando la cosa promete ser indefinida de nuevo.
Madrid es organizar una excursión para ir de visita, con regalos y chucherías, con limonada y patatas fritas, para acompañar a una gran familia.
Madrid es que llegue el viernes, y de repente venga una amiga desde Oviedo y acabemos riendo y tomando raciones en una taberna andaluza en el barrio, así sin pensarlo.
Madrid es decidir que te apetece algo un poco diferente y reírte un rato, que bastantes malos ratos llevaba acumulados las últimas semanas. Es dedicarle 10 min a la búsqueda y encontrar una obra de teatro divertida, que promete carcajadas, y engañar a unas amigas para salir a disfrutar el sábado (aunque echamos en falta a las bajas de última hora).
Madrid es dudar entre entrar en este bar o en el de más allá, tomarte unos mojitos, o unas ginebras raras, y volver paseando entre la gente aunque sea muy tarde.
Madrid es levantarte tarde, que tu compi te anime para que escribas esos impresos que se te resisten, prepare la comida y después de la siesta, te arrastre a la piscina para darte un baño.
Madrid es volvernos futboleras en casa, cervecitas, comida fácil, pintadas en la cara y emoción, mucha emoción.
Madrid es salir cuando deberíamos acostarnos para ver cómo la diosa Cibeles también celebra el triunfo con su bandera roja, y sonreir y disfrutar de la fiesta.
Estos meses me han enseñado cómo se pueden estirar los días y las semanas, en un increíble alarde de relatividad temporal. Quien tanto me quiso me dijo hace mucho mucho tiempo (unos meses en mi nuevo sistema de medida): Madrid es tu ciudad. Volverás, no tengo duda de ello.
Y va a ser antes de lo que yo me pensaba...
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