jueves, 21 de abril de 2011

Marchando una de torrijas

Si alguien me pregunta si soy golosa, mi primera respuesta sería decir que en realidad no porque si me dan a elegir entre dulce y salado, hay casi más posibilidades de que elija salado que dulce. Sin embargo, si le preguntan a mi padre (e incluso a mi madre), la respuesta será casi contundente: sí, es bastante golosa. Con esta clara dicotomía en mi paladar, después del primer intento casi seguro que yo matizaría la respuesta y acabaría con un sí pero no, que más que aclarar desconcertaría al entrevistador (que a estas alturas ya estaría arrepitiéndose de haber preguntado).


Y es que tengo que reconocerlo: hay algunos dulces que son mi debilidad. Uno de ellos son las torrijas, dulce típico de Semana Santa que, junto con los roscones de reyes, deberían hacerse todo el año. De hecho, en estos días de precampaña electoral podríamos inventar un nuevo partido político del tipo Postres sin fronteras, que defendiera la fabricación de este tipo de dulces, tan típicos en toda la geografía española, más allá de las estaciones y las temporadas. Ahora que lo pienso, podría unirse con el PIS (Partido Irreverente Surrealista) para tener juntos más tirón y competir así casi en igualdad de condiciones con los partidos mayoritarios, que tienen propuestas mucho menos imaginativas que esta. Tal y como está el panorama, puede que no fuera una mala idea...

Pero volviendo al tema que nos ocupa, que me disperso: yo quería hablar de torrijas. Y no de unas torrijas cualquiera, no, sino de las torrijas que hemos hecho mi madre y yo a cuatro manos, con ración doble de paciencia (y cariño, para darle un poco más de dulce al post) y de las que ya no quedan ni la mitad y eso que las hicimos ayer por la mañana. 33 torrijas salieron, y de verdad de la buena que fue casualidad aunque coincida con la edad en la que murió Cristo según la Biblia (y que los cristianos conmemoran en estas fechas junto con su resurreción). 33 salieron y 31 conté yo, que como dice mi hermano J.: sé mucho de astrofísica pero poco de contar torrijas :D
(en mi defensa debo decir que dos de ellas debían estar escondidas para ver si se escapaban del futuro que les esperaba).

El caso es que las torrijas están desapareciendo sin prisa pero sin pausa. Mi hermano R. pronosticó que el viernes ocurriría la desaparición completa de las dos montañitas (hicimos de dos clases: de miel y de azúcar y canela), y por su tono burlón pensábamos que era broma. Pero parece que tenía razón: en esta familia hay muchos golosos y por ahora sólo J. y yo nos hemos resistido a comerlas a pares. Por cierto, creo que es la hora de merendar... os dejo que ¡unas torrijas que me esperan!

3 comentarios:

  1. Recuerdo amiga mía la primera vez en mi vida que comí torrijas: fue contigo en la pastelería de El Corte Inglés de Princesa.... te acuerdas???? y me encantaron!! así es que daría oro por comerme una de las hechas por tus manos que deben estar mundiales :)
    besos y que las disrfuten

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  2. Cote!!! ahora claro que me acuerdo!!! cuántas experiencias compartidas esos meses... la próxima vez que vaya a Chile (porque estoy segura de que habrá próxima vez) haré una fuente entera para ti y para que las prueben tus cachorras ;-)

    Abrazos fuertes!!!

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  3. claro que habrá una próxima!!! y pjalá más pronto de lo que esperamos :)

    BESOSSSSSSSSSS

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